Opinión
El diablo suelto (y con el mazo dando)


- Ricardo Azuaje
- Jueves, 15 de Febrero de 2018 a las 1:32 p.m.
Al convertir un gobierno ganado democráticamente en un galope desbocado hacia la dictadura que actualmente regenta Maduro, Chávez invocó unos cuantos fantasmas más allá de nuestras fronteras, como el marxismo soviético y el fundamentalismo islámico
Apostillen esto: Venezuela como un largo pregrado para irse, una preparación que comienza desde la primaria –con la enseñanza dada de mala gana por maestras amargadas y cada vez con peor formación– para que te vayas a otra tierra, si no mejor, por lo menos más amable, donde poder radicarte y dar un futuro a tus hijos. Piénsenlo, incluso antes del ascenso del chavismo todo en el país te empujaba hacia afuera, el maltrato en los negocios, los bancos y cualquier oficina pública; la corrupción siempre a un paso en cualquier iniciativa privada que involucre un trámite oficial, ya sea para montar un negocio, para ganar un contrato, renovar la cédula o saldar rápidamente una infracción de tránsito. La inflación y la inseguridad, el costo de la salud y de una buena educación. La simple y maldita presencia de la Guardia Nacional en todas partes, desde el gobierno de Luis Herrera. La eterna pedidera de la partida de nacimiento. Sí, las cosas estaban mal desde hace rato, mucho rato antes de la llegada del chavismo, pero también es cierto que este le dio un impulso mayor a todo lo que estaba mal, y agregó nuevos venenos para potenciar esta fuga colectiva sin precedentes en nuestra historia, chamos, porque ni con Boves, el uruguayo.
Por razones cercanas a esta, o más o menos parecidas, un
sobrino que también es ciudadano francés dejó ese trópico chévere y caribeño y se
convirtió en el primer Azuaje en darse una vuelta por los áridos paisajes de
Afganistán, montado en un vehículo blindado y armado hasta los dientes, como
parte de una unidad de comunicaciones del ejército galo, en una de esas
“misiones de paz” de Occidente que suelen tener tan malos resultados. De paso,
Alejandro rompió con una larga tradición familiar: la de no dejarse agarrar por
la recluta ni hacer el servicio militar, mucho menos voluntariamente, desde los
tiempos de Juan Vicente Gómez, pero le ha ido bien, así que no importa.
Para el resto de los Azuaje, y de los venezolanos, es muy
probable que el primer contacto directo con los paisajes afganos haya sido a
través de una película de Peter Brooks basada en la autobiografía novelada de
George Gurdjief, Encuentros con hombres
notables, filmada en 1979, el mismo año que los soviéticos invadieron este
país para apoyar un gobierno socialista que se había establecido apenas el año anterior
gracias a un golpe de Estado. Cuando la vi por primera vez me impresionó mucho,
pero cometí el error de bajarla hace un par de días y actualmente no es más que
un viejo infomercial del Cuarto Camino, la doctrina de Gurdjief y Ouspenki que,
entre otras cosas, contribuyó a la muerte prematura de la escritora Katherine
Mansfield. Pero la película sigue siendo una joya porque Brooks trabajó con los
paisajes y la gente extraordinaria de esta nación poco antes de que fuera
barrida por dos fanatismos religiosos: el marxismo soviético y el
fundamentalismo islámico.
Y otro encuentro notable sería el de estos dos fantasmas
veinte años después en otro continente, invocados por un teniente coronel que convirtió
un gobierno ganado democráticamente en un galope estepario, llanero y desbocado
hacia la dictadura que actualmente regenta Maduro, con el aval de buena parte
de la izquierda mundial. Chávez trajo a nuestro país la presencia de
funcionarios y contratistas iraníes, al tiempo que nos llenaba de cubanos y
hacía negocios con chinos y rusos, sujetos y negocios que han continuado
durante el pranato de Maduro y Cabello y que ha comprometido gravemente la
principal fuente de ingresos del país, que como todos sabemos es la industria
petrolera.
Pero el nexo afgano nos lleva de vuelta al primer párrafo,
a la diáspora que como resultado de la crisis política, económica y social ha
colocado a venezolanos no solo en países del primer mundo, o en vecinos con una
relativa mejor situación, sino también en lugares peligrosos como Honduras o
Afganistán, y generando situaciones como las del 20 de enero, cuando un ataque
talibán a un hotel en Kabul terminó con un saldo de dieciocho muertos, diez de
ellos extranjeros, dos de estos venezolanos que trabajaban para una línea aérea
afgana. Los ocho restantes eran ucranianos, ciudadanos de otro país que también
lo está pasando mal gracias al neozarismo de Putin.
Dos venezolanos buscando una muerte violenta en Kabul, que
es prácticamente lo único barato que se consigue de sobra en Venezuela y hasta
es proporcionada por el Gobierno sin pedirte carnet de la patria. A estas
alturas, y siendo de conocimiento público las razones por las que hay tantos
venezolanos dando bandazos fuera de su tierra, habría que considerar toda
muerte violenta o hasta por causas naturales, lejos del país, como
responsabilidad directa del régimen de Maduro y Cabello, a menos que la muerte
se dé en Cuba, en cuyo caso el Gobierno insistirá en que el sujeto está vivo y consciente,
y correrá con los gastos de la repatriación del cadáver, para luego anunciar su
deceso en un hospital militar local.
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